Todo depende… Un Sultán soñó que había perdido todos los dientes. Al despertar, después de comprobar que el sueño no se había cumplido, mandó llamar a un sabio para que interpretase su sueño. –¡Qué desgracia mi Señor! Cada diente caído representa la pérdida de un pariente de Vuestra Majestad. Exclamó el sabio. –¡Qué insolencia! ¿Cómo te atreves a decirme semejante cosa? ¡Fuera de aquí! gritó el Sultán enfurecido y a continuación llamó a la guardia y ordenó que le dieran cien latigazos al sabio.

Más tarde ordenó que llamaran a otro sabio y le contó lo que había soñado. Este, después de escuchar al Sultán con atención, le dijo: –¡Oh, gran Señor! Una gran felicidad os ha sido reservada. El sueño significa que sobrevivirás a todos tus parientes. Se iluminó el semblante del Sultán y con una gran sonrisa, ordenó que le dieran cien monedas de oro.

El énfasis es vigilar las palabras mal dichas y aquellas disfrazadas de piedad.

Cuando éste salía del palacio, uno de los cortesanos le dijo admirado:–¡No es posible! La interpretación que habéis hecho de los sueños es la misma que el primer sabio. No entiendo por qué al primero le pagó con cien latigazos y a ti con cien monedas de oro. — Amigo mío, todo depende de la forma en que transmitimos las cosas.

Así que desde ahora, estamos llamados a sembrar lo correcto, lo excelente, lo mejor.

Pero… ¿Qué hacer? Primero entender que nuestras palabras son concebidas en el corazón, pasan a la mente, para luego ser manifestadas a través de nuestros labios. Debemos procurar tener dominio propio sobre nuestros pensamientos y sobre la manera cómo vamos a expresarlos. Aprendamos de Dios a sembrar palabras que edifican y produzcan bendición: La verdad, la honestidad, la justicia, la pureza, la amabilidad, el buen nombre, la virtud, y por último, sólo pensar o decir algo digno de alabanza para Dios (Filipenses 4:8) 

Uno de los grandes problemas de la humanidad es la forma de comunicarnos. De ella depende muchas veces, si disfrutamos la vida o caemos en desgracia, incluso la paz o la guerra dependen de la habilidad como transmitimos las palabras. No olvidemos que la palabra de Dios nos dice que hay una recompensa para cada uno según lo que haya dicho. “El hombre será saciado de bien del fruto de su boca; y le será pagado según la obra de sus manos” (Proverbios 12:14)

De la forma de comunicarnos depende si disfrutamos la vida o caemos en desgracia, incluso la paz o la guerra dependen de la habilidad como transmitimos las palabras.

Todo lo que digamos tiene un efecto y trae una consecuencia, según haya sido la semilla así será el fruto. Ni siquiera las palabras, las cuales pensamos que se las lleva el viento, estarán exentas de juicio, las que se dicen en momentos de ira, de rabia o de angustia, las dichas en medio de risas y chistes de doble sentido, las que expresan maldiciones sobre otros y toda palabra de bendición. 

Las palabras son como un gran árbol que da fruto. “El que quiere amar la vida y ver días buenos, refrene su lengua de mal y sus labios no hablen engaño” 1 Pedro 3:10 

Así que desde ahora, estamos llamados a sembrar lo correcto, lo excelente, lo mejor.